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miércoles, 31 de marzo de 2010

Divagación (Mirada de Mariposa)


Sabina me dijo una vez, en una de nuestras tantas conversaciones ficticias, “La alegría se vive, la tristeza se escribe”. Y yo siendo tan idolatra del flaco, acogí sus palabras, ya que dejaron en mi  razón  su quemadura. Las suscribí como el cuarto principio de mi decálogo personal, y siendo consecuente con mis principios, lo he cumplido, hasta hoy,  con cierta facilidad.  
Sin embargo, sucede que esta noche, mi alegría tiene algo de tristeza. Hay una ausencia que me tiene desamparado, que me tiene en vela. Hay una voz que ansío escuchar; pero, en esta noche, sólo escucho  ecos sórdidos. Extraño la mirada que me desarma, que me  contagia con su misterio, con su silencio de cien palabras, de mil palabras, de diez mil palabras, todas igual de hermosas, y extraño aún más que estas  floten y vuelen (como tenues mariposas) en ese breve espacio que se crea cuando mis ojos van al encuentro de esos ojos, inmensos y bellos,  de esa mirada que me desarma,  a veces sin siquiera mirarme, esta noche los extraño, te extraño.

martes, 2 de marzo de 2010

Postal desde el acullá.


¿Qué queres?, Porque te urge tanto un tratado de cariño tan simplón como el mío, a lo mejor me extrañas. Aquí todo es tal como me lo imaginaba, el calor, el sofoco, el desvelo, la lluvia, el tormento. Es mi hogar, que más te puedo decir. El mobiliario es perfecto, muy acorde con el papel tapiz negro de rayas grises (¿pensaste algo más extravagante?, ¡pues no!), y en general no puedo quejarme, tengo lo necesario para llevar mi sempiterno a cuestas. Resisto, por que lo cierto es que alguien en mi situación no puede perder nada que no haya perdido ya.

Pues bien, el motivo de mí digamos “póstumo” es para complacer tanto llamado espiritista de rabia, reclamo y recelo. En el fondo sé que me amas.  Aunque parece que aún no has podido perdonar y olvidar ese, mi pésimo acto de desaparición, en verdad,  resulte ser un funesto intento de mago. Aprendí a desaparecer; pero, ¿cómo reaparecer? es un problema que jamás podré resolver.

Te extraño. La soledad se siente aun más sola desde que ya no puedes acompañarla, esta totalmente inconsolable, y te juro que me tiene harto, tanto sollozo por aquí y por allá, la mal acostumbraste a tu compañía; pero, no te preocupes ya lo superará, o al menos eso espero.

Sabes que te quiero, siempre te he querido, compañeras como tu ya no se encuentran en estos cada vez más largos y angustiosos días, desde que la frontera “moralina” es tan estricta y pasar tanto pecado desnudo y mal atado por  contrabando ya no es un negocio redondo para el libido tan parisino que nos habíamos montado; pero, qué más da, lo que importa es que tuve el caprichoso placer y placer de conocerte.

 Sabes, con ninguna reí más que contigo, ni dije más idioteces, ni siquiera sé como llegaste a soportar esa mezquindad tan presente y derramada en mi boca, las manos que te rozaban con ese encanto pueril, tan “Milleriano”.  Sé que tenía mi “algo” cómo tu lo llamabas, pero nunca pensé que desarrollarías un atávico  masoquismo, quizá siempre fue lo tuyo, porque  yo siempre supe que el dolor sistemático era lo mío.

¿Cómo demonios fue que nos encontramos y fuimos lo que fuimos? Te agrade o no, creo que fue  gracias a la rubia morena corazón de luciérnaga, a ella es a quien le debemos nuestro oportuno encuentro, ya que tu existías tanto para mi como para un ciego los colores. ¿Por qué resolví atacar a tu odio con mi verso cursi y prosa embustera? Pues por que más, por sincero y pulcro interés y utilidad, pensé que contigo podría acercarme a la luciérnaga y me ayudarías a tomarla. Tú eras sólo un engranaje en mi juego; pero no contaba con tu enorme perspicacia y al final fui yo quien terminó siendo parte del tuyo.

No eras lo que yo esperaba, no. Fuiste lo mejor, fuiste lo peor, depende  del ojo juicioso y causativo con que se te mida. Contigo descubrí o  aprendí el arte de la concupiscencia y la risa desmedida, eres la mejor maestra en este campo. Contigo me la pase bien. Y Así fue como nos vimos en la encrucijada de un cariño cada vez más desinteresado en desatar, eso que nos prometimos sólo atar por las noches, te importaba si yo estaba mal así como a mi me importaba que tu estuvieras bien y nos permitimos lo que era prohibido: hurgar el alma del otro. Así fuimos cada cual creando su propio monólogo de altibajos, vaivenes, resentimientos, consuelo y cariño, un desenfreno que cualquiera envidiaría. Debes en cuando tal vez, quien sabe, no lo sé,  yo lo haría.

Fuiste importante para mí, y aunque hay ciclos mortales en los que te extraño, espero jamás verte por este acullá, donde no existen las primaveras y ni falta que hacen.

Hasta aquí llega mi último eslabón de mea culpas, reproches y trasnoches de vicios que ya no matan (por obvias razones), me despido.

Atentamente yo.